¿Es aprovechable, productiva, eficiente o benéfica la televisión como medio alternativo de educación? A propósito de nuestra colaboración anterior, la pregunta se vuelve inevitable una vez que, en nuestro país, inició el presente ciclo escolar con la formalidad de la transmisión masiva de contenidos educativos por este medio, frente a la presencia de la emergencia sanitaria que impide situaciones colectivas de convivencia física estrecha o cercana, como sucede en el aula escolar. Las características técnicas televisivas -unión de imagen, animación y sonido- útiles para la transmisión -¿información o comunicación?- de contenidos de esparcimiento o noticiosos han sido largamente examinadas desde distintos enfoques o paradigmas en la teoría y praxis de la comunicación en general, como lo hicieran, por ejemplo, en los anteriores 80´s del XX, DeFleur y Ball-Rokeach en su ya clásico Teorías de la comunicación de masas, o, en ese mismo tiempo, de la comunicación educativa en particular como se hizo en la colección de colaboraciones sólidas publicadas bajo la coordinación de J. L. Rodríguez Illera en Educación y Comunicación (Greimas, Fontanille, Fabbri, Darrault, Verón, Chabrol, Vilches, Sanvisens, Remesar,… en fin).
Anteceden a estos estudios las provocadoras publicaciones de Marshall Mc Luhan (Los medios como las extensiones del hombre) o de Umberto Eco (Apocalípticos e integrados) de fines de la década de los sesenta del siglo pasado, cuyas observaciones críticas han tenido una enorme y sugerente actualidad, particularmente para el caso de la TV; hasta llegar a las más contemporáneas contribuciones, cual es el caso de Manuel Castells (Comunicación y Poder, 2012), que incide en el examen del poder y el contrapoder en las redes sociales de la era de la comunicación digital y global, o en el concreto campo comunicativo-educacional como lo hace Agustín García Matilla en Una televisión para la educación. La utopía posible (2003), ante la irreversible conquista que ha efectuado la televisión sobre “casi todos los espacios de la cultura”.
El resultado del debate, con sus opuestos, es el de que no se puede negar ni el avance ni las posibilidades de la TV como medio de apoyo a la educación, concretamente para la enseñanza, circunstancia por la que termina adoptando el perfil de un servicio público, tanto en su consideración de medio como de contenido, que involucra un emisor original (el Estado) y un receptor colectivo (el alumnado). Además, así como la TV no eliminó el cine, tampoco la internet ha desaparecido a la TV y, antes bien, la ha repotenciado, en su gama de información, entretenimiento y educación: “las tres patas teóricas en que se ha sustentado el medio desde sus orígenes”, al decir de García Matilla. La enfermedad ¿del siglo? que hoy padecemos, entre otros muchos efectos, nos permite acceder a la alternativa de reapropiarse del medio televisivo como instrumento tecnológico de posibilidades educacionales ciertas, pero necesitado de construcción de metodología apropiada para su óptimo rendimiento. México tiene largos antecedentes en este sentido, aunque en una vertiente accesoria que, sin embargo, permite problematizar y proyectar su futuro aplicativo. ¿Cuáles son esos antecedentes y sus prospectivas? … Seguiremos. |