c) “Le juro que anoche soñé que había hecho la tarea. Así que cuando desperté temprano, me levanté con la idea de que ya la tenía. Cuando me di cuenta que no había sido más que un sueño guajiro, pues ya era hora de salir para la escuela. Pero mañana se la traigo, aunque me quede sin dormir toda la noche, no vaya a ser la de malas que me vuelva el sueño ése…”
Es que desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los… se acabaron los… ¡los incumplidos!
Y sí: en la imaginaria del mexicano medio, la excusa es la mejor manera der salir del atolladero en que tantas veces nos mete nuestra pereza o nos involucra nuestra irresponsabilidad.
Para muchos maestros y jefes, resulta un acto excepcional que un alumno o un empleado acepte haber cometido una omisión o un error. Sucede lo mismo con los automovilistas, que nunca reconocen ante el agente de Tránsito que iban a velocidad inmoderada, que se pasaron un alto o que dieron una vuelta prohibida.
La formación a la mexicana insiste en que nunca aceptemos una culpa. Es universal el consejo que se le da al amigo infiel: si tu esposa te descubre en plena cama y/o en pleno acto, ¡niégalo!
Por eso es que en las cárceles todos los presos son inocentes, al decir de ellos. Y por eso es que los corruptos no son ladrones, aunque roben, y lo mismo vale para los nuevos funcionarios, que lo que hacen, aunque sea ilegal o indebido, no es nunca una corruptela ¡porque ellos son honestos!
Esa idea fijada en el inconsciente colectivo de que nunca se debe aceptar que se ha cometido una falta, de que se ha incumplido una responsabilidad, se ha convertido en un cargo de conciencia, en una profunda marca indeleble en la mente de todos.
Esa idea universalmente fijada en los mexicanos, es uno de los diques que ha contenido la capacidad de reconocer los errores cometidos, para de ellos aprender a hacer las cosas mejor.
Es una imperfecta búsqueda de la perfección, a través de la mentira, del engaño, de la farsa. Y por eso no avanzamos.
¿O no, Cuitla?
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