Tal Cual
Alberto Loret de Mola
 

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Salud, divino tesoro.
2021-02-26
"La religio?n es la que evita que los pobres 

asesinen a los ricos." Napoleo?n Bonaparte

 

Tras escuchar la marranera, como le llamaba despectivamente a las interesanti?simas conferencias matutinas de nuestro amado presidente, en la que se hablo? de un supuesto calendario de vacunacio?n, imposible de  cumplir a todas luces (porque somos 120 millones y las vacunas llegan de algunos miles en miles) y escuchar la terrible estadi?stica de muertos y heridos por COVID, el artista, llame?mosle Sugar, llamo? a su asistente que, con triple cubrebocas y microfalda asistio? pronta y expedita a recibir no justicia, sino instrucciones ah y un poco de carin?ito, al ma?s puro estilo Macedonio, pro?cer de la 4T.

 

A ver linda dime, que? tengo en la agenda de la semana. Maricrisis -asi? le llamaba porque au?n dopada andaba con el estre?s al ma?ximo- le leyo? una sinte?tica lista de pendientes a su jefecito. El peluquero, la manicurista, un desayuno con su contador, y una llamada a su me?dico, al que acudi?a so?lo para saber si sentirse bien, era saludable. Y es que mal mirada, la salud en Me?xico es sospechosa: Si se tiene una diarreita despue?s de abusar de las carnitas; bien; un catarrito luego de una larga noche de juerga, perfecto; dolor de cabeza por cambiar de whisky blended a single malt, normal; agruras por recetarse el tomahawk con tue?tano en el nuevo restaurante sugerido por Gourmand, cla?sicas, pero ¿no tener padecimiento alguno? Esto es un claro si?ntoma de abandono del mundo a una estrella en plenitud. Hay que moverse ma?s, penso?, el lunes le llamo al huevo?n de mi agente.

 

En la agenda habi?a un recordatorio especial: le tocaba el refuerzo de la vacuna. Ra?pidamente le dio indicaciones a su asistente al tiempo de hacerle una sen?a con la mano para que se acercara. Tras manosearla burdamente le dijo: ¿recibio? tu abuelito la insulina que le mande?? Maricri?, ruborizada por do?nde teni?a la mano metida Sugar, asintio? para escuchar un “que bueno, no se nos vaya a morir con la escasez que hay ahora de todo”. Acto seguido le sen?alo? el sofacama al que ella se dirigio? sin balbucear siquiera. Sugar duro? en su inmunda agresio?n 30 segundos. Una hora despue?s, la chica de tan so?lo 20 an?os, ya tenia  los boletos en business class para los dos “vente conmigo, no me vayas a contagiar”-le habi?a dicho impositivo haci?a tres semanas-,  una mesa apartada en Morton’s “es que me encanta la carne japonesa” y la reservacio?n de su suite en el hotel de siempre, en Coconut Grove, Miami. 

 

Rumbo al aeropuerto, el tra?fico era lento y su chofer, ma?s lento. Sugar pensaba vie?ndolo tras el vidrio separador: “lo voy a correr cuando llegue, me vale madre que tenga familia numerosa y a su abuelo con respirador”. Al llegar a una esquina, su coche, un  Mercedes Maybach S 600 hizo el alto. Mientras tomaba recostado en el asiento trasero un aroma?tico Kopi Luwak, se quedo? viendo con curiosidad una larga fila de gente fuera del hospital general y, en especial, a tres viejos gordos, con pelo entrecano al estilo vagabundo, vestidos de Santaclo?s, que estaban sentados en unas viejas sillas de pla?stico, a unos 150 metros de la entrada del nosocomio.

 

Tras una corta espera en la sala VIP y un placentero vuelo de dos horas, pasaron migracio?n en mo?dulo especial y de ahi?, una camioneta ejecutiva los llevo? al exclusivo restaurante que ya teni?a lista su an?orada mesa. Compartieron unos camarones tigres gigantes de Indonesia y unas rebanaditas de filete Kobe a la plancha de sal, exo?tica cena acompan?ada con un Vega Sicilia U?nico. Su pla?tica, simple agresiva. Tras pagar el equivalente de lo que ganaba su asistente al mes, se trasladaron a  “su segundo hogar”. 

 

Tras sodomizar a Maricrisis, quien ahogo? sus tristes gemidos de dolor los treinta segundos que duro? el ataque, se metio? al jacuzzi un buen rato con la muchacha a quien siguio? mancillando y se acosto? desnudo, en su inmensa cama, solo. No le gustaba la compan?i?a. Durmio? bien, temprano, porque “tendri?a” que madrugar. 

 

A las 10 de la man?ana, la jovencita lo desperto? con su exo?tico cafe? y ya en la salita lo esperaba el desayuno: huevos florentinos y dos copas con mimosas de Moet. “Me encanta la naranja de Florida, la mejor” -exclamo?-. Mientras desayunaba, sintonizo? las noticias del clima junto a un pequen?o resumen de la pandemia y unas palabras de Biden burla?ndose de la vacunacio?n mexicana. No pudo evitar rei?rse y recordo? la pate?tica fila de aspirantes a una vacuna, por parte del gobierno transformador. 

 

A las once menos diez, cruzo? la calle hasta una farmacia CVS y se formo?, un poco con disgusto, tercero en la fila para vacunarse. A los seis minutos, se sento? en un reservado, mostro? su pasaporte y le inocularon la segunda dosis contra el COVID. Tras diez minutos de shoping en los que incluyo? tres cajas de Viagra Extra americano “este si? funciona”, Lactaid para la intolerancia a la lactosa, y unos curitas para los dedos de la mano especiales para golfistas, pago? con una tarjeta unos cuantos do?lares y salio? del establecimiento francamente cansado del tra?mite. “A ver cuando otro jueputa chino se traga otro murcie?lago” penso? enfadado, soba?ndose el brazo.

 

Con desgano se subio? junto con su ayudante a la camioneta, se dirigieron al aeropuerto y tuvo que desandar lo andado el di?a anterior con su permanente cara de hartazgo. Ni siquiera se metio? a un duty free.

 

Ya en su coche, con el humilde chofer (que esa noche seri?a desempleado) al volante, le dijo a Maricri?s, que se tomara la tarde y que le mandara a su amiga, la de 18 an?os, que andaba desesperada por un pre?stamo para que su padre desempleado no perdiera su casa. “Dile que si coopera, soluciona su problema”, me muero por probar los nuevos viagra extra. Tras quince minutos de trayecto, paso? junto al hospital y quiso la suerte que se detuvieran por el tra?fico, junto a los santacloses que emocionados ya estaban cerca de la entrada. Rei?an, bromeaban, tomaban refresco. Sugar, bajo? el vidrio y llamo? a uno. Le pregunto? por que? estaba vestido asi? a lo que el cansado hombre, de unos 70 an?os, contesto?: en la Navidad chambeamos en la Alameda para las fotos con los chamacos y es la u?nica ropa que tenemos para el fri?o. El peluche calienta rico. Llevamos dos di?as pero ya nos dijeron que hoy, con suerte, nos toca. Estamos preparados por cualquier cosa, y le mostro? orgulloso una bolsa con papitas y refresco. Cansados pero vacunados, concluyo? animoso el anciano.

 

Sugar se le quedo? mirando y le dijo solidario, si?, la verdad, “que cansado es esto de vacunarse”.
 
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