Complicado en verdad intentar moverse dentro de los límites de la filosofía política sin mancharla con un comentario de sucesos cotidianos que afectan a los ciudadanos y/o a los gobiernos de los tres niveles.
¿Cómo navegar en el mar proceloso de las ideas inmateriales sin topar con una boya rampante de realidad vulgar y vulgarizada, aspiracional y aspiracionista?
¿Cómo permanecer en la torre de marfil inexpugnable de los imperativos categóricos de don Emmanuel sin caer en la tentación de echar siquiera una mirada al mundo que la circunda, con sus cantos de sirenas y sus tentadores atractivos?
¿Cómo mantenerse en el universo del discurso de la puntillosa seriedad de Antonio Gramsci y del positivista Norberto Bobbio, de las palabras luminosas de José Mujica, de los descubrimientos certeros de Noam Chomsky, sin que nos llamen la atención las vulgaridades de Gerardo Hernández Noroña, las corruptivas explicaciones de la Incándida Eréndira (y su esposo desalmado) o los acosos verbales de Félix Salgado Macedonio?
¿Cómo? Si la realidad está aquí enfrente de nosotros y nos urge a que respondamos, para que el mundo sea un poco menos malo: para que México sea el país signo y placentero que nos merecemos; para que la clase media no sucumba.
¿Cómo ser serios ante la falta de seriedad de las y los líderes del morenismo, que creen que llegaron para quedarse? De ese movimiento que siente que le deben tantos años de poder como los que tardó en llegar a él.
¿Cómo no verlos ni oírlos, si hacen tanto ruido?
¿Cómo ignorarlos si están haciendo daño a las instituciones?
¿Cómo?
¿Cómo, chingao?
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