firmeza y luz como el cristal de roca.
Quién no recuerda el poema inmortal A Gloria, que Salvador Díaz Mirón escribió mientras caminaba por los verdes senderos del Parque de Los Berros, durante el tiempo que vivió en la Quinta de las Rosas, invitado seguramente por el gobernador porfirista Teodoro A. Dehesa.
Ahí, entre las hayas, los eucaliptos y los pinos dio forma a su poema más citado, A Gloria (aunque Mamá soy Paquito, no haré travesuras, le anda muy cerca).
Eso del plumaje que no se mancha en el pantano todos lo reconocen, aunque muy pocos saben la estrofa completa:
Los claros timbres de que estoy ufano
han de salir de la calumnia ilesos.
Hay plumajes que cruzan el pantano
y no se manchan… ¡Mi plumaje es de esos!
Los poemas irrepetibles de su único libro cumplen 120 años y siguen hoy tan vivos como si fueran unos adolescentes virginales, tan llenos de energía.
Bueno, hay otras partes también muy recordadas, en parte, de este poema formado por versos endecasílabos:
Fiando en el instinto que me empuja,
desprecio los peligros que señalas.
El ave canta aunque la rama cruja,
como que sabe lo que son sus alas.
Y este final a todo lujo:
¡Confórmate, mujer! Hemos venido
a este valle de lágrimas que abate,
tú, como la paloma, para el nido,
y yo, como el león, para el combate.
¿Por qué recordar hoy a Díaz Mirón y sus versos insaciables? Pues por nada, o porque sí, o porque hay que hacerlo a menudo para que no se nos olvide este gran poeta veracruzano, que en su época fue famoso en todo el mundo de habla hispana, y a quien muchos grandes llamaron maestro.
Y bueno, porque siempre, siempre, es mejor hablar de poesía que de política.
¿O no, don?
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