Vea usted, si hacemos un ejercicio en lo minúsculo podremos tomar una idea de las mayúsculas, estratosféricas, ganancias que están obteniendo esos sufridos mercaderes del templo de la plusvalía.
Pensemos que tenían en uno de sus almacenes 10 kilos de frijol y que lo estaban dando en 15 pesos el kilo, cuando lo habían comprado en 5 pesos a los productores que habían arriesgado con la siembra, la cosecha y la distribución y obtenían una ganancia de un peso. Como se enteraron de lo que les venía con la petición del pacto, subieron el kilo a 20 pesos, y entonces fueron a chillarle al Presidente que iban a salir perdiendo, pero mantendrían su precio porque no eran “traidores a la patria”, como otros.
Eso quiere decir que los angelitos obtuvieron una ganancia de 15 pesos por kilo, lo que representa un 300 por ciento a su favor, cuando el agricultor apenas si ganó un 20 por ciento.
¿Cuál abnegación entonces? ¿Qué sacrificio? ¿De dónde las caras largas y compungidas de los comerciantes?
Cuando Andrés Manuel López Obrador esbozaba grandes sonrisas en su mañanera frente a la primera fila de los representantes de los empresarios el día que anunció su pacto contra la inflación, muchos pensaron si no lo estaban engañando vilmente con un supuesto sacrificio que en realidad era una jugada más de los poderosos para seguirse llenando de dinero y continuar siendo grandes millonarios gracias a la “buena voluntad” del Patriarca de la Cuarta Temporada.
La nemotécnica lectora y el olvidadizo lector podrían darse una vuelta por sus recuerdos del súper y se acordarán que esa verdura y ese aceite comestible y ese grano costaban mucho menos apenas hace 15 días, y ahora se presentan con su nuevo precio elevado como un remedio para que al pueblo bueno y honrado le alcance para sobrevivir a la inflación, que ha borrado las miserables dádivas que recibe a través de los programas electorales… perdón… sociales del gobierno morenista.
Así, ni cómo…
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