Antes de seguir con mi descubrimiento, recordaré que hace algunos años escribí un texto sobre las peluquerías y mis avatares en esos negocios del Señor, en donde aprendimos a berrear de muy niños, a chismear un poco más grandes, a mirar de través las fotos que adornaban las paredes de señoras escasas de vestido o sin él, según el nivel del lugar, y a discutir sobre política.
Hablé de una experiencia que tuve en una singular barbería de Chetumal, allá en el sur profundo, y puse lo siguiente sobre el personaje que me atendió:
“Me puso una bata de salón de belleza, me sentó en el sillón y me hizo la pregunta que nunca he sabido contestar: ‘¿Cómo quiere el corte?’ Mascullé algunas indicaciones del tipo de ‘Sólo quiero que me dé forma… Que sea corto abajo y un poco más largo arriba… Corte cuadrado atrás…’
“En ese momento me hizo un comentario que me puso a pensar: ‘¿La vereda es natural?’
“Lo primero que pensé fue que me estaba probando de alguna manera (en esos lugares nunca se sabe de qué viene la cosa), y se me ocurrió decirle: “No, la vereda no es natural, ¡la vereda es tropical!”, recordando la famosa canción de Gonzalo Curiel que fue un exitazo a finales de los años 30 del siglo pasado. Tan famosa fue, que -me platicaba mi santa madre- en aquellos tiempos y en el barrio de La Huaca se usó poner letreros en las casas que decían: ‘Solicito sirvienta ¡que no se sepa la Vereda Tropical’!
“Lo cierto es que atiné a entender que lo que me preguntaba el modernísimo fígaro era que si usaba ‘la raya’ natural o quería que me la marcara con la rasuradora.
“Entre mis dudas y el extraño ambiente culminó por fin la peluqueada y cuando me vi en el espejo suspiré de alguna forma aliviado, porque el corte se veía casi normal y podría salir a la calle sin el peligro de sentirme ridículo.”
Pero el barbero marroquí no es solamente un experto en cortes, sino también tiene mucho de filósofo, por lo que su plática se vuelve interesante.
Pero si me permiten, les cuento en el “Sin tacto” de mañana.
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