Pensemos que usted le va a pedir al mandatario oriental que lo ayude para evitar el contrabando de fentanilo hacia el país que usted gobierna. Bueno, le recomendaría de entrada que evitara insultar la inteligencia del destinatario al tratar de explicarle, por ejemplo, qué es el fentanilo, y menos usando información superficial que haya copiado y pegado de la Wikipedia.
Después, le pediría que evitara tratar de apantallar a su destinatario diciéndole que usted y su gobierno han tenido grandes logros en el ataque al contrabando de esa sustancia. Y es que si así fuera, pues no tendría que estarle pidiendo el favor a don Jinping (le pongo así porque los chinos ponen primero el apellido y después del nombre de pila, así que el señor se llama Jinping y se apellida Xi).
Tampoco se quiera hacer el ladino y menos cometa el error de afirmar que la droga se produce en Asia (¡en donde está China!) y después le presuma que ha destruido 1,383 laboratorios clandestinos en el país que usted gobierna. Le puedo asegurar que los chinos no son como la policía japonesa y se van a dar cuenta de la burda mentira.
Menos, menos, menos aún quiera impresionar al señor Xi con el cuento de que usted le está ayudando a los pobres norteamericanos a combatir ese flagelo, como si aquellos solos no pudieran.
Otra más, si usted le está solicitando su apoyo, espere a que él se manifieste de acuerdo y ya después, en una segunda carta, ¡válgame Dios!, le podría proponer a un funcionario para que mantenga el contacto con la autoridad china y reciba la información pertinente.
Ya no le diría que se busque un buen redactor que le escriba un texto decoroso en la sintaxis y la prosodia, y menos que revise antes la manera en que se debe dirigir a un mandatario de otro país.
La verdad, lo que le recomendaría es que mejor no tratara de escribir cartitas mafufas, porque nomás quedaría mal usted, y haría quedar muy mal a sus gobernados.
Es lo que se llama vergüenza ajena.
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