Con Beatriz en (semi)campaña, los tricolores locales vivieron estos días un déjà vu de sus antiguas glorias, cuando las mayorías y los presupuestos y el poder eran solamente para ellos. Entre la pequeña multitud de los priistas que aún quedan en Veracruz cundió una sensación de nostalgia por la jettatura perdida que revivió sin querer queriendo, el sueño imposible de la redención, el regreso a los viejos tiempos (“y pareció que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente un poema de amor y de amargura”, dice el Brindis del bohemio de Guillermo Aguirre y Fierro).
Todavía no terminaba el evento en el abarrotado Salón Ghal de Xalapa y ya los grillos de antaño hacían cábalas sobre los puestos que ocuparían “ahora que llegue Beatriz a la Grande”. Y se miraban entre sí con desconfianza, ante la sospecha de posibles competidores por la alcaldía, la diputación, la secretaría que ya preveían en el horizonte del próximo gobierno, apenas el próximo año.
Beatriz Paredes vino y se acomodó a sus anchas entre sus cuates de siempre, porque en estas tierras ha sido bien querida desde que era una muchacha que mostraba idea y pensamiento, talento y preparación, ya como diputada local por su estado, como diputada federal, como gobernadora, como presidenta nacional del partido o como senadora.
Vino y mostró su conocimiento de la administración pública, su prosapia intelectual, su índole política. Dijo ante sus iguales un discurso lleno de idea y de ideas, saleroso en sus propuestas, directo en su propósito.
Beatriz no tendrá mucha oportunidad ante la marea rosa que inunda de esperanza a México con la X de Xóchitl, pero es muy probable que sí, que llegue a ocupar un puesto importante en el próximo gobierno del cambio real.
Y ahí verá cómo la quieren sus paisanos de este terruño.
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