Entre esas paredes espesas y solemnes hay rejas y más rejas que fueron adorno también y hoy solamente impiden el paso, por todos lados, a lo que antes fue una casa abierta a la admiración de sus patios internos y sus discretos arcos. Fue también el espacio para la solución de los problemas más graves que llegaban a tener los veracruzanos como pueblo.
Fue exactamente la casa del pueblo hoy secuestrada. Fue un lugar con orejas y con corazón; un sitio para escuchar y para resolver a conciencia, con celeridad y con justicia.
Hoy es una mole inútil.
Dentro de ella hay unos pobres personajes que están en donde no deben porque no tienen la ética, la educación ni los conocimientos necesarios para desempeñar las altas responsabilidades que la democracia depositó para el bienestar de todos… de todos…
Ahí también dice que ha trabajado y trabaja otro pobre individuo, un paria de los conflictos sociales que fue víctima de la maldición de Confucio: fíjate bien en lo que deseas, porque se te puede conceder.
Ya se van a cumplir seis años que todos los días -según dicen sus escribanos, aunque no lo prueban- llega ahí el Gran Solitario en Palacio y con un gran constipado, se sienta ¡y no hace nada!
Pero en las puertas que dan al Parque Juárez, a la Plaza Lerdo, a Leandro Valle, a Zaragoza, las rejas permanecen cerradas a piedra y lodo, y se blindan a fuerza de guardias y armas para que la gente no vaya a entrar y se termine por dar cuenta de que en ese lugar nadie trabaja por Veracruz, que en ese lugar el único patrimonio que se acrecienta es el de la familia cercana y de los cuates-cómplices de quien detenta el poder.
Faltan unas semanas para que al fin se vayan con sus vergüenzas al aire y dejen el paso a otros que quieran, ojalá, trabajar en verdad para que mejoren todos los indicadores que hoy están por el suelo.
La desgracia que dejan esos tontos inútiles es de órdago.
Que puedan y podamos con ella…
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