Dice la regla que en una oración, el núcleo del sujeto y el núcleo del predicado deben concordar en un accidente gramatical: el número. En cristiano, de lo que se trata es que si el sujeto es singular, el verbo principal debe ir en singular, y si es plural, en plural.
Si escribo el enunciado: “El político roba”, estoy haciendo concordar el singular del sujeto -masculino- con la persona singular -la tercera-. Si pusiera el sujeto en plural, tendría que poner en plural el verbo: “Los políticos roban”.
Pero hay un intríngulis con esta regla, que parece sencilla a simple vista, y es que dice: “el núcleo del sujeto” y “el núcleo del predicado”. Los poquísimos que saben algo de gramática estructural lo entenderán, pero para quienes fueron alumnos de algún profesor de la CNTE debo explicarles que:
- La oración se compone de dos elementos: sujeto y predicado. El primero es de quien se habla y el segundo es lo que se habla de él. “Los campesinos llegaron” es un enunciado en el que el sujeto es “Los campesinos” y el predicado “llegaron”. El núcleo “campesinos” concuerda en plural con el núcleo verbal “llegaron”.
Fácil, hasta un diputado tomboleado lo puede entender.
Pero si yo cambio el sujeto y pongo: “Un grupo de campesinos”, estoy modificando el núcleo del sujeto, que ahora es “grupo”, y resulta que es un sustantivo en singular. Así que para seguir la regla, la oración correcta es: “Un grupo de campesinos llegó”. O sea: “Un grupo llegó”.
Este error de concordancia lo comete la gente cada vez más a menudo, y se escucha mucho en los noticieros de las televisoras de la Ciudad de México. Hasta el maestro Ciro Gómez -exiliado para salvar la vida frete a la amenaza de la 4T- cae en él, por poner un ejemplo.
Vea usted, pues, si no podemos concordar el sujeto y el predicado, cómo nos vamos a poner de acuerdo con nuestros prójimos.
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