Le dieron un pellizco a su pastel. Aunque quién sabe, puede apelar y en una de esas le regresan lo que le están bajando.
El precedente más emblemático sucedió en 2013 cuando un juez ordenó devolver a Raúl Salinas (que estuvo recluido en Almoloya por ladrón) 224 millones de pesos y 41 propiedades. Además, ordenó a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores descongelarle sus cuentas bancarias y de cheques.
Y todo eso le regresaron al ex reo.
Javier Duarte de Ochoa que tiene 45 años (y ya cumplió uno de los nueve de su condena) saldrá de prisión por buena conducta a los 49, es decir, en la plenitud de su madurez, a disfrutar los miles de millones del botín veracruzano.
Al saber la resolución del juez me quedé pensando en la entrevista que le concedido la víspera al reportero Manuel López San Martín, donde se dice pagador de los delitos que otros cometieron: “Ese pagador fui yo. A mi me achacan todos los males. A mí ya me condenó la sociedad. ¿Qué juez va a querer resolver mi caso conforme a derecho?”.
En efecto, en su contra está el hecho de que la sociedad lo condenó y lo culpa de todos los males de Veracruz. Pero a su favor está la decisión de un juez que -como él lo dijo- no resolvió su caso conforme a derecho, porque de haber sido así lo habría condenado a noventa años de cárcel.
Duarte no se puede quejar, el sistema al que sirvió le respondió a la hora buena.
Y mira si no, lector: robó lo que quiso, desmadró económicamente a uno de los estados más ricos del país, se burló de ocho millones de veracruzanos, dejó en la miseria a 700 mil de sus paisanos y sin medicinas a miles de enfermos, se clavó el dinero de los jubilados, de los campesinos, de los estudiantes y de las madres solteras.
Es responsable (al menos por omisión) de miles de desapariciones forzadas, secuestros, ejecuciones y feminicidios. Dejó a Veracruz en medio de un charco de sangre y todo eso lo va a pagar con cuatro años y medio de prisión efectiva y 58 mil pesos de multa.
Qué poca madre.
Pero suerte te dé Dios, Javier, y deja que los veracruzanos sorprendidos e impotentes ante tamaña injusticia, comiencen a rumiar su frustración, indignación, desencanto y amargura.
Que eso te valga gorro, como seguramente te está valiendo.
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