El miedo nos sigue sacudiendo. En todos los lugares, horas y circunstancias la inseguridad crece y todos estamos indefensos. No hay sitio seguro, ni funcionario o institución que nos asegure el cuidado de nuestros bienes y personas.
El miedo agota y origina que se incuben mayores niveles de irascibilidad dentro y fuera del gobierno. Sea porque como autoridad se deben afrontar los problemas de inseguridad, o los derivados de la puja social manifestada frente a los hechos violentos. Los vacíos institucionales parecen ampliarse en el territorio veracruzano, marcado por una violencia que se incrementa, que pareciera incontenible, redoblando el paso.
Los violentos parecen sordos, no acusan recibo de los mensajes enviados desde los nuevos gobiernos, en el sentido de que las cosas deben cambiar y que las componendas que antes les dieron cobertura y favorecieron el crecimientos de sus malas artes tendrán que ser eliminadas.
Lo ocurrido en Soledad Atzompa es un golpe durísimo porque muestra, desnuda, la capacidad de respuesta de todos los actores. La virulencia al parecer incontrolable de un entramado social lastimado, erosionado por la falta de aplicación de la ley, frente a la incompetencia o pasividad de los representantes del orden que solo fungieron de espectadores ante los ilícitos cometidos.
Personas asesinadas por una población que decide tomar la justicia por propia mano, no es un evento nuevo en nuestra historia reciente, cada día se hace más común la “normalidad” de un suceso de estas características. Preocupa y aterra la facilidad con la que los ciudadanos, sabiéndose abandonados por sus gobernantes, toman decisiones tumultuarias sobre la vida y castigo de personas que, frente a hechos fehacientes o ante rumores, son considerados culpables.
Va siendo hora de enfriar la cabeza por parte de todos, gobernantes y gobernados. Basta ya del juego perverso de las arbitrariedades, de las descalificaciones, de echarle la culpa al de enfrente, empezando por reconocernos en la diferencia, porque continuar abonando en la polarización, en la intolerancia, no es una buena estrategia de trabajo para enfrentar al crimen, a la delincuencia.
Los momentos difíciles por los que atravesamos advierten que se tiene mucho por hacer, que es necesario que se redoblen esfuerzos desde los gobiernos todos, que los servidores públicos y representantes políticos, superen el antagonismo de sus filiaciones partidarias para lograr impulsar los acuerdos que logren atemperar la convivencia social en bien de todos.
Hacer siempre lo correcto como premisa de vida privada y pública, obliga a fortalecer los principios éticos que hagan viables las transformaciones que hoy por hoy tanto se demandan: la lucha contra la corrupción, la inseguridad y la pobreza, por un ejercicio público con apego a las leyes, por el combate a la arbitrariedad y la impunidad, por superar la intolerancia e impulsar las reconciliaciones que se ameritan y lograr lo que ahora nos parece tan lejano.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La justicia en propia mano, el peor de los escenarios posibles.
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