Usted dirá.
Roberto Valerde García.
 

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¡Se quería quedar!
2019-04-01

Eran las primeras horas de este viernes 29 de marzo y ya se escuchaban por las principales colonias de la ciudad de Poza Rica los carros de sonido que perifoneaban la invitación al evento del presidente Andrés Manuel López Obrador en la plaza cívica 18 de Marzo. ¡ No faltes, te esperamos! concluía el promocional “aderezado” con la célebre frase “me canso ganso”.


El reloj marcaba las 12:00 horas y el recinto al aire libre ya se encontraba abarrotado por miles de personas, entre funcionarios municipales, estatales, federales, diputados locales y federales, senadores, grupos de la sociedad, trabajadores de vectores, algunos petroleros, jubilados, amas de casa, jóvenes, adultos mayores y personas con discapacidad.


Aproximadamente a las 13:00 horas, personal de logística se cuchicheaban frente al periodista, que el presidente ya había aterrizado en el aeropuerto de El Tajín, no lo dijeron pero seguramente en algún vuelo comercial, pues hay que recordar que el mandatario decidió no usar aeronaves oficiales, las cuales está vendiendo y por las que –según dijo ayer- espera obtener unos 10 mil millones de pesos que serán invertidos en apoyos para quienes menos tienen. A esa cifra habría que agregarle los 50 mil millones de pesos que se ahorrarán este año como resultado del combate a los huachicoleros, quienes robaban en promedio unas 80 pipas de combustible.


Cuarenta minutos después llegó a Poza Rica. No hubo alfombra roja, pero sí una valla humana que tardó unos 15 minutos en recorrer, pues todos querían saludarlo, entregarle peticiones y tomarse la foto del recuerdo.


Casi en punto de las 14:00 horas, un ágil y sonriente Andrés Manuel López Obrador subió al templete acompañado del gobernador Cuitláhuac García Jiménez, ya lo esperaban ahí, los senadores Gloria Sánchez Hernández, Ricardo Ahued Bardahuil y el alcalde de Poza Rica, Francisco Javier Velázquez Vallejo.


De guayabera de lino en color blanco, pantalón oscuro, lustroso calzado, alzaba los brazos y saludaba a la multitud que lo ovacionaba con porras y aplausos.


Desde casi el medio día, puntuales a la cita cual ingleses, llegaron alcaldes de la zona norte de todos los partidos políticos, como los panistas Jorge Vera Hernández de Álamo y Juan Ángel Espejo Maldonado de Tecolutla, entre muchos otros. Prácticamente sola, apenas con un empleado, como una autista, sin coordinar las ideas ni sus emociones, vagaba por las orillas de la plaza cívica la presunta diputada local, Adriana Linares Capitanachi, a la que los propios morenistas le hacen fuchi por su petulante forma de conducirse. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, reza un conocido refrán popular.


Pero más allá del acto republicano, de los presentes y de los ausentes, de la formalidad de unos y de la vestimenta informal de otros, de la torpeza de empleados del gobierno del estado, así como de la brutalidad de los guardias presidenciales, lo que me tiene realmente sorprendido es la simpatía, la euforia y el cariño que se brindaron el presidente López Obrador y los pozarricenses.


Terminado el acto protocolario, todos esperaban que el jefe del Ejecutivo federal se enfilara hacia la Suburban negra que lo llevaría a un helipuerto habilitado a un par de kilómetros del lugar del mitin, sin embargo, se tomó al menos otros 15 minutos y fuera de todo protocolo fue hasta las vallas metálicas y saludó a la multitud, besó amorosamente a varias mujeres, muchas ya mayores, abrazó efusivo a hombres y acarició la cabeza de los niños en señal de ternura.


Ya no existe el Estado Mayor presidencial, él lo recordó en su mensaje, eran 8 mil elementos los que cuidaban al ex mandatario. Ahora, “al presidente lo cuida la gente”, mientras que esos agentes fueron reintegrados a la Secretaría de la Defensa Nacional para que proteger a los ciudadanos. De la dependencia que sean, puso a correr a todos los encargados de su seguridad, quienes vestidos de civil se mezclaron entre la concurrencia y muy a su particular estilo, “discretamente” lanzaron codazos, patadas, empellones y jalones a quienes querían acercarse al hombre que representa, literal, “la esperanza de México”.


La gente lo adora, lo ama, lo venera, cual ídolo musical; él se deja querer, su franca sonrisa lo decía todo, le gusta que lo apapachen y en Poza Rica se sintió cobijado, en confianza, seguro, tanto, que ofreció venir cada tres o cuatro meses a reunirse con la gente, a escuchar sus demandas y a resolver sus necesidades.


Observé ayer en Poza Rica a un presidente que se tuvo que ir, pero que sí, aunque usted no me lo crea, se quería quedar.    

 
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