La semana pasada anunció su separación del cargo para iniciar un recorrido por todo el país en busca del voto de los priistas que, hoy más que nunca, andan de capa caída.
Amlito dejó la gubernatura no para ir por una aventura, sino porque ya hizo los amarres necesarios con grupos de poder, dentro y fuera del tricolor.
Hay quienes dicen que su gira no será solamente para buscar el voto, sino que su misión es lograr que los priistas puedan reagruparse después de la peor debacle electoral de su historia, ocurrida el año pasado.
La nomenclatura, como llaman a los poderes fácticos del PRI, no ve bien que el campechano tome las riendas del priismo; sin embargo, pese a la resistencia, logró amarrar una serie de compromisos con varios sectores y personajes para asegurarlo. Hasta hace un par de meses, ni el mismo Alito tenía la certeza de que los 11 gobernadores del tricolor respaldarían su postulación.
La incógnita se despejó hace unas semanas, después de que, convocados por el mexiquense Alfredo Del Mazo, los mandatarios cerraron filas en torno a su nominación.
Moreno Cárdenas “contenderá” contra otros cinco priistas, quienes, con sus matices, han dicho cuál es su expectativa de la contienda.
El ex rector de la UNAM, José Narro; el oaxaqueño Ulises Ruiz y la yucateca Ivonne Ortega la descalificaron por anticipado.
Cada quien por su lado declaró que la balanza está inclinada por Alito. No están muy alejados de la realidad. Incluso hay serias dudas de que todos ellos se inscriban el próximo 22 de junio. Los grupos y personajes que en su momento impulsaron a Narro, por ejemplo, ya lo soltaron. En el caso de Ruiz, siempre lo vieron como un lobo solitario con pocas posibilidades.
La yucateca Ortega inició con el pie izquierdo. Muchos priistas la ven como una oportunista que sólo se aparece cuando se trata de repartir cuotas y cotos.
Sin embargo, entre el CEN y los candidatos hubo un acuerdo para que cada uno pudiera afiliar a 50 mil nuevos militantes, con la idea de fortalecer el padrón priista.
Sólo Alito, y Martel lo hicieron. Los demás no pudieron cubrir la cuota, lo que dejó ver que llegan con las manos vacías al proceso interno. Ése es el contexto en el que los priistas llegan a una elección interna en donde está por demás cantado que el campechano Alejandro Moreno será su próximo dirigente nacional.
La sombra de Peña
En el 2012 todo era algarabía en el PRI, no dejaban de escucharse los gritos de “presidente” festejando el regreso a la presidencia de la República. El fulgor del poder volvía a renacer tras 12 años de derrotas con la victoria de Enrique Peña Nieto. Hoy, al cumplirse 90 años, el panorama en el PRI es todo lo contrario, la figura del expresidente es repudiada y hasta piden su expulsión, no hay vítores, ni festejos en la sede nacional. La celebración fue protocolaria, obligatoria y la sonrisa también.
Enrique Peña Nieto fue por un tiempo el estandarte del PRI. Su imagen pulida desde los estudios de Televisa daba la idea de un remozamiento y de nuevos bríos en las filas del partido que parecía tener un segundo aire que no tardó en disiparse por la ventisca provocada por los escándalos de corrupción y el fracaso de las reformas propuestas como la modernización del país, que azotaron al PRI hasta derrumbar sus estructuras.
Al cumplir 90 años los priistas se sienten orgullosos de su pasado, más no del presente. Dicen que no se puede entender la formación y el desarrollo de las instituciones del país sino es gracias al trabajo revolucionario. Pero se avergüenzan del presente manchado por los actos de corrupción, desvío de recursos, vínculos con el crimen organizado y negocios mal habidos de muchos de sus integrantes.
El malestar de los priistas es tan grande que el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, al frente de la Corriente Democrática, calcula que entre 6 y 8 millones de priistas le dieron la espalda a Peña y a Meade y votaron por Andrés Manuel López Obrador el primero de julio del año pasado.
El éxodo del voto priista en la pasada elección presidencial ya se veía reflejando en la pérdida de sufragios en el transcurso de la administración peñista. En 2017 la exsecretaria general del PRI, Ivonne Ortega, hizo un recuento de los votos perdidos en la era peñista y señaló que hasta ese año se habían perdido casi 5 millones de votos en las elecciones estatales.
Pero también la actitud complaciente y acrítica del PRI frente a los excesos del gobierno peñista, ante los escándalos de impunidad y corrupción de varios de sus integrantes prominentes y la auto condescendencia de los propios dirigentes que confiaron en que la militancia no reaccionaria a sus decisiones cupulares, abonó al desastre en el que hoy se encuentran. |