Ahora estamos en diciembre de 2006. A petición del gobernador perredista de Michoacán –quien además es nieto del “Tata” Cárdenas-, el nuevo gobierno encabezado por el panista Felipe Calderón Hinojosa lanza al Ejército a combatir a los cárteles del narcotráfico que mantienen asolada esa entidad. Y de paso, aprovecha la oportunidad para legitimarse después de unas elecciones controversiales y sucias, extendiendo la “estrategia” a todo el país.
Durante todo ese sexenio, se libra una guerra sin cuartel con el crimen organizado que deja miles y miles de muertos en todo el territorio nacional. Pero aquel narcotraficante que se escapó en 2001 nunca es detenido. En cambio, sus enemigos son aprehendidos o ajusticiados por el gobierno, mientras su fortuna aumenta a tal nivel que es incluido entre los hombres más ricos del planeta por una revista estadounidense especializada en el tema. “Casualidades”.
En las elecciones de 2012 el PRI, dos sexenios después, vuelve al poder de la mano del ex gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, un candidato fabricado en los medios de comunicación y que como presidente se distinguirá por su frivolidad, ignorancia y proclividad a las corruptelas a cambio de prebendas del gobierno.
Sin embargo, en su sexenio el capo intocable cae y hasta en dos ocasiones: en febrero de 2014, cuando es detenido por la Marina en un departamento en Mazatlán. Año y medio después se vuelve a fugar, esta vez del penal de –hasta ese momento- alta seguridad del Altiplano. Pero cinco meses después, en enero de 2016, es reaprehendido. Un año más tarde, el 19 de enero de 2017, es extraditado a Estados Unidos donde en 2019 es sentenciado a cadena perpetua por sus aberrantes delitos.
En ese ínter, otros grupos criminales comienzan a crecer y a disputar las principales plazas y rutas del tráfico de drogas en México, “diversificando” su actividad a otros delitos como el secuestro y la trata de personas. “Casualidades”, claro.
Es 2018. El sempiterno candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador –aliado esta vez con la ultraderecha más rancia y con diversos sectores del priismo más anacrónico-, logra una contundente victoria electoral que aplasta a sus opositores y le confiere un enorme poder. Pero apenas toma el mando comienza a hablar de “amnistías” para delincuentes, de “abrazos” como estrategia de seguridad y de “humanismo” como argumento para ayudar a obtener visados para los familiares del “Chapo” Guzmán, los cuales les son negados, por obviedad de razones, por el gobierno de Estados Unidos.
Mientras la violencia escala en el país durante el primer año del nuevo sexenio, el 17 de octubre de 2019 el Estado mexicano sufre una humillación histórica a manos del cártel de Sinaloa al soltar –por orden gubernamental- a uno de los hijos del “Chapo” que ya había sido detenido por las fuerzas armadas en un operativo mal ejecutado y peor dirigido por el propio gobierno, que terminó sometido por los delincuentes.
Cinco meses después, el mismo Presidente de México es captado en un paraje del municipio de Badiraguato, Sinaloa yendo a saludar hasta su lujosa camioneta –seguro comprada con el fruto de su honesto esfuerzo- a la abuela del criminal liberado por el Ejército y madre del poderoso narcotraficante preso en Estados Unidos. “Ya leí tu carta”, le dice con gran familiaridad López Obrador a la progenitora de Joaquín Guzmán Loera, quien en su misiva le pide al mandatario interceder para la repatriación del responsable de la muerte de miles de mexicanos, a muchas de cuyas familias el titular del Ejecutivo se negó a escuchar siquiera para “proteger” su investidura. ¿Casualidades?
En realidad, la operación y poder del crimen organizado en México es impensable sin su colusión con los políticos y los diferentes gobiernos a lo largo de los años. Antes y ahora. Pero resulta más fácil –y hasta menos doloroso- hacerse pendejo creyendo en “narcocasualidades”.
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