En términos generales, debe aceptarse que la televisión ha mostrado utilidad y posibilidades para la enseñanza formal, en el sistema educativo mexicano, con programas diseñados para colmar limitaciones de cobertura geográfica de aulas y maestros, en zonas carentes de este servicio público entendido como acción planificada del Estado mexicano, por la actuación concurrente de “Federación, Estados, Ciudad de México y Municipios”, como se define al “Estado” en el artículo 3° de la Constitución Federal, que tiene: “la rectoría de la educación”. En el contexto de los intereses económicos y comerciales que han dado vida y extensión al medio televisivo, éste se ha desarrollado con sujeción a los artículos 27 y 28 de la propia Carta Magna que otorga a la Nación –a través del Instituto Federal de Telecomunicaciones- el dominio inalienable e imprescriptible y la explotación, el uso o el aprovechamiento de la radiodifusión y telecomunicaciones (espectro radioeléctrico, redes y prestación del servicio), permitiendo la participación de los particulares o sociedades constituidas conforme a las leyes mexicanas, mediante la figura de la concesión pública.
Ahora bien, los amplios fenómenos -en el tiempo y en el espacio- de institucionalización de la educación y de la comunicación de masas ha permitido acuñar el concepto y campo de la Comunicación Educativa, tanto como objeto de estudio como de disciplina específica. Es el caso de la teleprimaria y la telesecundaria en nuestro país, como ejemplo representativo de las posibilidades de la televisión con uso o vocación educativa; experimentadas originalmente desde los años 60 del siglo pasado, por el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, la Televisión de la República Mexicana y la Corporación Mexicana de Radio y Televisión (dependientes de la entonces Dirección General de Televisión de la SEP), el canal 11 del Instituto Politécnico Nacional y la Unidad de Telesecundaria de la propia SEP. Desde su inicio, la teleprimaria y la telesecundaria fueron diseñadas como alternativas de educación formal para atender las necesidades educativas de sectores de población marginada del sistema escolar tradicional. La idea siguió con la alfabetización a cargo del INEA mediante la novela pionera “El que sabe…sabe” (1983) para alfabetizar a 30 mil adultos, antecedido de “Aprendamos juntos” (1982) dirigida a 140 mil adultos, de los cuales logró alfabetizar a 70 mil. En el ámbito de la educación no formal, también se elaboraron programas de capacitación agropecuaria e industrial, así como de planificación familiar y educación para la salud. La televisión comercial (Televisa) generó a partir de esto cierta programación cultural: de alfabetización y de historia general, mediante novelas; de medicina preventiva y de divulgación universitaria. Desde entonces se sabe que el éxito de la TV educativa depende del interjuego de varios elementos: aula, letra impresa, maestro, el medio (la TV), y el ejercicio, sin poder priorizar un aspecto sobre otro; pero experiencias previas de los 70´s del XX, a cargo de la SEP y la UNAM, demostraron que, sin el uso de la TV, ciertos contenidos hubieran sido incomprensibles. La pregunta es obligada para este tiempo de pandemia: ¿Podrá la TV llevar el aula, con eficacia educativa (enseñanza-aprendizaje), a toda la población en edad escolar? El reto es mayúsculo y su resultado será, indudablemente, un parteaguas en el campo de la comunicación educativa.
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