Tarto de escribir -dijo con mirada nostálgica- unas palabras a este maravilloso lugar. No sé en que acabará, pero entiendo por qué un lugar así, se llama como se llama. Y los amaneceres…los amaneceres son como despertar en brazos de una mujer, tras una noche de plenilunio. Poeta al fin, pensé.
¿Tienes novia? Me cuestionó para mi sorpresa. No todavía, le contesté. Mira -me dijo-, las mujeres son como el sol: cuando amanecen en tu vida te van iluminando, luego te quitan el frío y, mucho después, te comparten su calor. Ya por la noche, mágicamente se convierten en luna. Ya verás, asintió divertido.
Esto, dijo como confidencia política, señalando el mar turquesa, esto debería ser de Guatemala; más bien, reviré, creo que usted debería ser mexicano, le reviré, y esto, señalando hacia afuera, era de Yucatán. Asturias soltó la carcajada y, acto seguido, se levantó trabajosamente para exclamar: ¡mejor demos cuenta de la tortuga, esa no tiene nacionalidad!
Hoy, casi cincuenta años después, me topé con el poema escrito en esos días y que el pensador incluyó en su último libro, sólo dos años antes de morir. Aquí lo transcribo.
Amanecer en la Isla de Mujeres
Miguel Ángel Asturias
¡Desatádle las manos
a este nuevo día
y entregádle a los mortales!
Sopla el viento...
¡Despertad a los que duermen!
¡Sacadle de los ojos la arena sin peso!
¡No déis tregua a los martillos
del reloj de los relojes,
el ajedrez redondo de los cielos!
Las piezas blancas de la luna...
Las Torres... los Reyes... los Caballos...
Quedó pendiente la partida del carey y el conchanacar...
¡Tengo, poseo un día,
un día,
un día,
un nuevo día!
Ascenderé de nuevo, la vida es un regalo,
sin añorar el cambio de la piel nocturna
por la piel del velamen desplegado...
Alguna vez fui niño...
Las tortugas giran...
Escapo de la costa donde la tierra está de viaje...
Alguna vez fui niño...
Los caballitos de madera giran
al compás de una música de hormigas...
Un paladín asoma preguntando por Dios.
Lo quiere conocer...
¡Dios mío, no te he visto, déjame que te vea!
¡Estás en todas partes, déjame que te vea!
¡Es de día!... ¡Es de día!... grita el cristo al caballero,
los ojos puestos en el seno juvenil de una madre
que da el pecho a un niño.
Un caballo relincha...
tira del carro de los saltimbanquis... ¡Dios mío, no te he visto,
déjame que te vea!
¡Estás en todas partes,
déjame que te vea!,
repite el caballero,
mientras un saltimbanqui
se acerca a los oídos un caracol rosado...
Ajedrez de las horas...
cómo ganarle al tiempo?
Darle jaque y entonces vivir, vivir, vivir, sin tiempo,
como en la isla de Mujeres...
¡Vivir, vivir sin tiempo... Oh hermosura!
El paladín entra a un circo
preguntando por Dios,
el gentío se ríe
y ríen los payasos de harina vieja
y boca colorada.
Nace el día...
¡Desatádle las manos a la vida,
las tiene atadas con la cabellera
de las Mujeres de la isla de Mujeres y entregádmela entera!
|