Imaginen las reacciones de los adultos mayores pensionados y de los jóvenes becados. Millones de mexicanos lo apoyan a ultranza. También millones de personas opinan que está llevando al país a la ruina.
México se ha dividido entre amlófilos y amlofóbicos.
El presidente se ha contagiado dos veces de covid y, por fortuna, ha salido avante. Padece achaques de salud pero ahí la lleva.
Levantó ámpula después de salir del Hospital Militar donde estuvo internado, al revelar mediante un video que si pierde la vida, tiene un testamento político para garantizar la gobernabilidad. Y dijo que si el Creador –y la ciencia y la naturaleza-- lo permite, entregará el poder a finales del mes de septiembre del 2024, porque necesita consumar la obra de transformación. Sobre todo, agregó, que ya no se permita la corrupción.
Aunque no dio detalles de su testamento político, no hay por qué rasgarse las vestiduras ni preocuparse demasiado.
En el remoto caso de que Dios se acordara de López Obrador y decidiera llevárselo al más allá, la ausencia y sustitución del presidente están previstas claramente en la Constitución sin necesidad de testamento político.
Lo supliría por no más de 60 días el secretario de Gobernación en tanto el Congreso de la Unión designa a quien concluiría el mandato constitucional de los 6 años.
Esperemos no sea para tanto y que el presidente López Obrador acabe su sexenio. Sus simpatizantes así lo desean. Sus adversarios quisieran que ya se fuera… vivo o muerto.
Para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo.
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