Dos jovencitas se acercaron a mi automóvil y me pidieron permiso para poner en el medallón de atrás una calcomanía bastante grande en favor de la corcholata consentida de AMLO y por tanto del gobernador Cuitláhuac.
Respondí, como lo está haciendo la mayoría de los ciudadanos, con un gesto negativo y reprobatorio, aunque sin enojo y sin violencia. Las muchachas se me quedaron viendo, se voltearon a ver entre ellas y me devolvieron una sonrisa comprensiva y aprobatoria, con lo que me daban a entender que ellas tampoco estaban a favor de Claudia Sheinbaum, y que lo hacían seguramente obligadas porque son empleadas del Gobierno de la 4T en Veracruz.
Unos diez metros más adelante, un joven me ofreció de regalo un periódico morenista de ésos que nadie lee y yo igualmente le dije que no con un gesto de amable molestia. ¿Qué sucedió? Que el muchacho se rio en plena complicidad conmigo y me hizo gestos de comprensión ante mi negativa.
Este evento me confirmó en la idea de que muchos de quienes se muestran como simpatizantes de la candidata oficial del Presidente en realidad son personas obligadas a participar, que por conservar el empleo acuden a las promociones callejeras, de la misma manera que asisten acarreados a las concentraciones en favor de la Sheinbaum; ésas que neciamente siguen organizando los cuitlahuistas en Veracruz; ésas cuyo exorbitante pago sale del erario, es decir de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos.
Lo que no quieren ver quienes organizan esas muestras artificiales de simpatía popular -y además pagan a empresas de opinión pública encuestas falsas en las que los candidatos de Morena y su Patriarca aparecen siempre en la punta del amor del pueblo-, es que ese tipo de manifestaciones no se conlleva con la realidad, y que la realidad se les presentará de cuerpo entero el primer domingo de junio del año entrante, cuando los ciudadanos libres voten masivamente en contra de ellos y de sus candidatos.
Y hasta ahí llegaron.
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