Sin tacto.
Sergio González Levet.
 

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Un árbol caído
2024-08-15

Sí, un árbol caído es una naturaleza muerta, un ser vegetal que ha perdido su vida.


     Antes casi no sucedía nada cuando uno de esos magníficos ejemplares se secaba o era derrumbado, talado. Sería que había muchos por todo el mundo y no éramos tantos los humanos como para amenazar su existencia.


     Sí fuimos muchos, por ejemplo, los misantecos que no hicimos nada eficiente para detener la tala de cedros en la región, que alimentaron por años las famosas carpinterías que aún perduran en el pueblo. Y así como en la Señorial, en otros pueblos de Veracruz y del mundo la gente no acata que un bosque es una fuente de bendiciones y que se puede aprovechar sin destruirlo.


     Consigno la manera en que aprendieron a explotar su bosque de robles, hayas y arces los vecinos del pueblo de Champlitte en Francia, que desde hace mil años han sacado madera para muebles y para calentar sus hogares, y sin embargo ha crecido y se mantiene joven y rozagante.


     Un experto en asuntos forestales me comentó hace años que la peor forma de tratar de conservar los seres arbóreos es la veda. “Deben hacerse programas para explotar racionalmente los bosques, porque si se prohíbe aprovecharlos, los taladores ilegales hacen de las suyas”.


     Eso ha pasado, por ejemplo, con el Cofre de Perote y el Pico de Orizaba. Por años no hemos desgarrado las vestiduras para evitar su destrucción, y por años hemos visto cómo cada día hay más claros en los cerros y menos agua se condensa en esos fértiles terrenos.


     Hay árboles históricos que se deben conservar al máximo, como el árbol de Santa María del Tule en Oaxaca, que tiene más de 2 mil años de existencia y es un ejemplar sagrado para los indios de aquella región y fuente de atracción turística que les deja muy buenos dividendos. El Tule, que es en realidad un ahuehuete o sabino, tiene más de 14 metros de diámetro, 42 metros de altura y pesa más de 600 toneladas.


     Va el dato, el árbol más viejo del planeta es e Matusalén, que tiene 4,841 años, y está en el Parque Nacional Inyo, aunque por razones de seguridad se mantiene en secreto su ubicación exacta.


     En Xalapa se han vuelto referentes las araucarias chilenas que fueron regaladas en 1890 por el embajador de ese país a Porfirio Díaz, y se aclimataron maravillosamente, hasta convertirse en una especie endémica.


     Algunos persisten y otros se ha extinguido, como el calamites, el árbol de escamas, el sándalo de Juan Fernández y la araucaria mirabilis (no confundir con la araucaria araucana, que es la especie que perdura en nuestra capital).


     Culmino esta forestal entrega con un fragmento de una obra de teatro del español Alejandro Casona, que da cuenta de una realidad vigente en nuestros tiempos:


     “Mira ese jacarandá del jardín; hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana, cuando se muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse de él.”


sglevet@gmail.com

 
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