El espacio informático está lleno de trampas y fraudes que vienen de pillos que aprovechan la buena fe de la gente o de tontos que hacen gran daño a partir de su buena fe. Por eso Umberto Eco, el gran lingüista y escritor, llegó a exclamar con toda razón que la red estaba llena de imbéciles.
Eso de la ignorancia supina se da mucho en las páginas o grupos que tienen que ver con el uso y manejo del idioma. Haga usted una pregunta al aire sobre alguna regla gramatical, y de inmediato le llegarán cientos de respuestas a cual más equivocadas. Es que como todos usamos todos los días y a cualquier hora nuestra lengua compartida, tendemos a considerar que somos grandes conocedores de ella. Y si le sumamos la pésima educación básica que se ofrece en México, tenemos el coctel del que salen burbujas de incorrecciones, perlas mal cultivadas y errores manifiestos.
Alguien en una página de Facebook preguntó por qué se decía “el águila” y no “la águila”. Muchos le contestaron que había una regla que señalaba que ante una “a” tónica como inicio de la palabra, se usaba el artículo determinado masculino “el” en lugar del femenino “la”, para evitar una cacofonía.
Pero eso no es cierto.
Trataré de explicarlo: los artículos determinados singulares del latín, nuestra lengua madre, eran “il” para el masculino y “ela” para el femenino. Por la evolución de nuestra lengua, el primero cambió la vocal inicial, de “il” a “el”; el segundo perdió la vocal inicial, de “ela” a “la”.
Pero en el caso de palabras que empezaban con “a” tónica o acentuada sucedió un fenómeno diferente, porque el artículo femenino “ela” perdió la “a” final y se convirtió en “el”. De “ela águila”, “ela arma”, por comodidad los hablantes de español empezaron a pronunciar “el águila”, “el arma”. Y ese “el” no es el articulo masculino “el” sino el articulo femenino “ela” transformado de manera diferente en esos casos.
Así que la regla queda así: ante una “a” tónica como inicio de la palabra, se usa el artículo determinado femenino “ela” modificado por el uso en “la”.
Son minucias que un gramático más o menos capaz advierte con cierta facilidad, pero que la gente deja pasar en las redes… y así se van perdiendo las especialidades.
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