Quieren esos fundadores que se aplique una especie de escalafón a la hora de determinar a quienes serán abanderados en los 212 municipios veracruzanos. Piden por tanto que queden fuera los cuadros nuevos y novísimos del movimiento, y que la única razón que cuente sea la lealtad al Patriarca y el tiempo de militancia, así como la cantidad de asistencias a concentraciones y/o acarreos.
La pelea por los puestos se hace más intensa porque en el Morena piensan que van a ganar todas las alcaldías solamente por el poder de la marca, y que -como en los viejos tiempos de la hegemonía priista- hasta con una vaca el partido oficial se alzaría con el triunfo, en donde fuera.
De acuerdo con esa idea, Morena y sus aliados deberían proponer no a sus mejores cuadros, a los más preparados, a los más conocidos, sino a los que han hecho la talacha de engrosar las concentraciones, de repartir el periódico Regeneración o pegar volantes en postes y paredes.
La participocracia frente a la meritocracia. Los juanitos frente a los verdaderos cuadros competitivos. La sumisión añeja frente a la preparación política.
En este momento la lucha es cruenta y denodada entre los militantes históricos y los neomorenistas que han arribado al movimiento en los últimos meses.
Los tradicionales, los que desde el PRD se fueron a Morena y los primeros cuadros priistas que defeccionaron cuando cambió el origen de los apoyos sociales se sienten dueños del partido y consideran que la puerta debe permanecer cerrada para que sólo ellos gocen las mieles de los puestos, los sueldos y los presupuestos públicos.
Los que ingresaron más o menos recientemente piden su tajada del pastel en base a su experiencia política, a su conocimiento de la administración pública y a su vocación social.
La moneda está en el aire, y toca a la real dirigencia morenista en Veracruz y a su Gobernadora decidir por unos y seguir igual, o por los otros y relanzar el partido hegemónico hacia otros horizontes.
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