Javier Duarte parece gozar de las cámaras, nada parece afectar su buen humor, su puesta en escena. No son presentaciones judiciales, son apariciones estelares. Él sale a lucirse, donde los jueces guatemaltecos son el pretexto para placearse, para que las cámaras lo tomen como protagonista.
Es imposible no hablar de sus gestos, de sus descarados movimientos y cínicos comentarios. Bromista, dicharachero, displicente, retador y cínico se allana y dice querer regresar a México para demostrar que él no ha hecho nada malo; asegura que son infundios, ocurrencias que caerán cuando presente sus alegatos.
Qué representan los gestos de Duarte es un asunto que ha generado amplias discusiones o especulaciones. Para algunos son el reflejo de la gran confianza que le otorgan los acuerdos de protección que ha logrado con la cúpula del poder en nuestro país. Para otros, sus miradas y risas podrían presumir algo más que la tranquilidad de presuntos solapamientos, sino que podrían ser los datos de un hombre enfermo, los datos clínicos de la conducta de una mente dañada, comportamientos y estados de ánimo erráticos y volátiles, de los que se supieron algunos eventos similares estando en el poder.
En ambos casos el diagnóstico nos es desfavorable como sociedad, sea porque burlará la ley como puede apreciarse con su mujer y evidente cómplice, o sea porque estuvimos durante 6 años a merced de un desquiciado.
La tragedia de saber que un personaje con tales problemas nos gobernó, es del mismo tamaño de su enfermedad, pues ello ha implicado pasar por alto cualquier medida de apego a la legalidad o de resguardo a la sociedad que le servía él y su camarilla de desvergonzados.
Duarte aparece en cámaras con una actitud bravucona, como si no fuera indiciado sino dueño del escenario. Califica y descalifica, señala que en Veracruz hay un estado fallido, dice preocuparse de los recursos públicos gastados en enjuiciarlo, se declara inocente y casi perseguido político. Palabrería y gestos que llaman la atención y fabrican móviles.
La representación veracruzana y casi nacional de las malversaciones y los políticos sinvergüenzas, sonríe ante cámaras. Desde adentro se filtran versiones de crisis nerviosas por su convivencia con maras, por el lavado de baños carcelarios y la falta de una cama mullida y suave, pero al salir se muestra sobrado, altanero, levanta el pulgar como apostando que recuperará las canonjías que brindan los recovecos de la impunidad que lo protegerán al llegar a su país.
Los gestos de Duarte están allí para ser origen de memes, plática de sobremesa donde se harán momios sobre su llegada a México y sobre el juicio ya desde ahora con una gran sospecha social, pues nuestra fragilidad institucional abre amplios márgenes para corromper los finales donde siempre gana la impunidad. A prueba están los que gobiernan, los que juzgarán el caso Duarte.
Las dolencias veracruzanas, la vida económica de un Veracruz en crisis financiera, con proyectos de desarrollo e inversiones canceladas o abandonadas, con los coletazos del crimen antes cobijado, defendiendo sus nichos a través del terror, están allí como vivencia cotidiana de su paso por el poder. Ese es el legado vergonzante de Duarte y su padrino Fidel, que no se borra con gestos de prepotencia y burla, vengan de un cínico o de un loco.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
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