Aristóteles.
Sin ley, sin justicia camina nuestro país. La violencia que nos avasalla se hace presente con el furor de la impunidad, con el absoluto deterioro de nuestra vida institucional y social. Es una locura vivencial que abrasa y nos hace partícipes de ella aunque sea como espectadores cómplices por omisión, en donde vemos como se incendia el pasto, como se consumen nuestras posibilidades de vivir mejor.
Los escudos de civilidad que pudiéramos sostener flaquean diariamente ante los embates de una ajetreada conciencia social golpeada por la arbitrariedad, por el dolor infligido por un régimen político que privilegió y privilegia las injusticias y las corruptelas como mecanismos de reproducción de sus ganancias de poder y económicas, logrando penetrar profundamente en la psique social, inoculándola para reproducir y justificar los peores comportamientos.
El argumento coloquial de “chinga porque atrás vienen chingando” es uno de los refugios donde se esconden nuestras taras, nuestros propósitos aviesos de trepadores, gandallas que aprovechan un mundo donde todo se puede hacer porque todos somos iguales buscando una vida “mejor”. En este mundo el fin justifica los medios, primeramente aplicable a los que tienen la responsabilidad de aplicar la ley de velar por su cumplimiento, los que “gobiernan”, los que “dirigen”, sin embargo ponen el ejemplo y nos muestran que la ruta es precisamente esa, la de la degradación.
El México violento, arbitrario, corrupto, está allí con todas sus consecuencias, sufriendo sus muertes y robos, viviendo el presente purulento como una pesadilla que toca la puerta de todos. Hay un México desangrándose, vaciándose de esperanzas, de fuerza y espíritu social, de inteligencia que enfrente nuestro desastre, que abra nuevos y mejores derroteros.
La impunidad nos ha cubierto con el negro manto de la desvergüenza al asumir como normal el rol del atropello desde el poder, construido entre la incapacidad y la ignorancia. Las élites llenas de corrupción en todos sus niveles, alimentan el vaciamiento de la ley y la impartición de justicia, ceban sus bolsillos, hacen fortunas y se regodean en su abundancia frente a un pueblo que, ante los flagelos infringidos, reacciona en muchos casos dando continuidad y profundizando la descomposición existente.
Sin ley, sin justicia que se ejerza desde los gobiernos que violentan y corrompen, los individuos y los grupos que se conforman al amparo de ello se atribuyen la capacidad para decidir qué y cómo hacer lo que sea para que, en medio del caos generado, tengan también su parte del botín.
El escenario grotesco de hoy no puede continuar, debe cambiarse, las buenas conciencias no pueden ni deben seguir volteando la cara o lamentándose en el anonimato, pese a los temores que sin duda se presentan, deben darse pasos al frente, situarse como actores protagónicos que desde los espacios que puedan, en los que vivan, den las batallas que se requieren; los tiempos se agotan y estamos al borde del abismo.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¿Karime: el cerebro detrás de todo? ¿Y la Fidelidad?
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