En México, pero particularmente en Veracruz se requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo y compromiso, concretar hechos que nos saquen del fangoso y pestilente atolladero en que nos encontramos, porque está latente la posibilidad de hundirnos aún más y enfrentarnos a una dislocación social mucho más amplia e incontrolable.
Impunidad, arbitrariedad, despojos de esperanza y confianza es lo que tímidamente se asoma en los que deberían garantizarnos la convivencia, pareciera que el proceso de cambios urgentes o no se realizan o están muy muy lentos respecto de las urgencias que se tienen en el día a día de millones.
La violencia que no cede, la corrupción que no se castiga y que se asume como parte de nuestra idiosincrasia, la altanería de la incapacidad y el trapicheo de sociedad y miembros de las instituciones preparan un coctel explosivo que parece potenciarse con las demostraciones de actores indiferentes y gandallas.
Ensimismados en sus conflictos, los “líderes” bordan sus debates y sus estrategias sobre los pesares sociales sin detenerse a mirar frente a los otros y construirnos una oportunidad. Retóricas que resultan mascaradas que no asumen la relevancia de los trabajos mínimos urgentes para lograr acuerdos que logren enfrentar los problemas y superen las disputas por el poder, por los intereses facciosos.
Muertos todos los días, muertos por la violencia no solo de las armas sino por la del modelo económico, la violencia del abandono, de la salud, de la educación; los vivos muertos de miedo por la inseguridad requerimos compromisos de los servidores públicos, de los políticos, de los ciudadanos. El agotamiento cada vez es mayor y el hartazgo presagia tormentas más amplias de las que sufrimos, más intensas, más dolorosas.
No hay soluciones fáciles, son complejas y no se darán con varitas mágicas, con puros gestos de buena voluntad, requieren compromisos serios que rebasan a partidos políticos y personajes en lo individual, suponen también esfuerzos que implican a individuos y organizaciones, a grupos de ciudadanos, a estructuras políticas que, responsables, trasciendan las rutas unilaterales y den paso a acuerdos mínimos ante las urgencias, ante las dramáticas vivencias de nuestro país.
Ni ver, ni oír dista mucho de ser solamente el dicho anecdótico de un personaje altamente discutible. No ver, no oír, pareciera haberse convertido en el comportamiento de todo un conjunto de actores que tampoco sienten el malestar social, debemos hacérselos notar, decírselos de todas formas y no cansarnos de exigir atención y corrección.
Abandonar esta empresa, abandonarnos solamente a la indiferencia, a las flagelaciones, al señalamiento y el escarnio no ayuda, es necesario actuar con civilidad, asumir la ciudadanía y dejar de ser menores de edad, nunca como ahora abandonar la arena implica darle continuidad a lo que ha sido el triunfo de los que han destrozado nuestra historia y acentuado el entredicho de un futuro mejor.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
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