Entre columnas.
Martín Quitano Martínez.
 

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Solidaridad.
2017-07-12

mquim1962@hotmail.com


Solo le pido a Dios


Que el engaño no me sea indiferente


Si un traidor puede más que unos cuantos


Que esos cuantos no lo olviden fácilmente


                                          León Gieco


 


La solidaridad es un valor humano esencial de la convivencia social, no es obligatorio, pero se origina en un compromiso moral de ayuda o apoyo. Su pertinencia se revaloriza en un conjunto social que padece momentos de profunda dificultad y desasosiego.


A veces pareciera que se extingue, que desaparece, pues contra este valor se contrapone todo un sistema de conductas que promueven la aparición de una pesada y espesa tela de individualismo que entorpece cualquier oportunidad hacia la solidaridad.


Factores se suman al abandono de la conciencia de pertenencia y ayuda mutua, condicionando la expresión de gestos y hechos que nos permitan socorrer, apoyar a otros; me refiero al ambiente de miedo, arbitrariedad, de intolerancia. Un tiempo donde los valores se han trastocado a tal punto, que los intereses de poderes institucionales o facticos prevalecen desalentando la solidaridad pues ayudan a justificar la vida a la defensiva e inhiben la posibilidad de acudir en auxilio, de estar para quien lo necesite.


Voltear la cara es una salida, otra más es descalificar a los otros y asumirlos como responsables de sus condiciones, salvar la conciencia propia de ser solidario implica desdeñar los problemas de los demás, acopiar argumentos en contra o que justifiquen los abandonos, optando por la indiferencia como básico mecanismo para pasar por alto el compromiso moral de apoyar.


Nuestro país se debate en circunstancias dolorosas que urgen el resurgimiento de los arrumbados valores de la solidaridad privada y colectiva, familiar, que frenen o contengan el poder avasallante del ejercicio del poder, público o privado, legal o ilegal, que ponen a la sociedad de rodillas, que profundizan la desesperanza y fortalecen la impunidad.


La inseguridad que nos sobrecoge ha encontrado respuestas en ejercicios ciudadanos que rescatan el principio de protección colectiva, que sin duda forja solidaridades salidas desde el hartazgo y la ineficiencia; hay una realidad cruda que obliga a poner mucho más que la queja.


Sin embargo se ha vuelto normal la indolencia o dejar la ebullición de desacuerdos en las indignaciones virtuales, mismas que con un click se evaden.


Para la sobrevivencia y la estabilidad social es condición la acción cívica y ética,  aún ante la fragilidad de un mundo oscuro, agresivo, donde las impunidades y atropellos dominan. Frente a los monopolios de la violencia dentro y fuera de la ley, hay que hacer sentir que no estamos solos.


Levantar la voz para hablar con verdad, asumir errores, mostrar humildad, tener valor y valores, reconocer a los otros, buscar coincidencias, no son ejercicios menores, pero son gestos de solidaridad frente a la arrogancia, la displicencia y el abandono.


DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA


Los huachicoleros como el refrán: tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata.   

 
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