De acuerdo con el Sistema Ejecutivo Nacional de Seguridad Pública, en 2017 se registraron 671 feminicidios en el país. De estos, 239 se cometieron en Veracruz que ocupó el segundo lugar nacional en ese renglón.
El mismo SENSP acaba de dar a conocer que en los primeros seis meses de este 2018 fueron asesinadas de forma violenta 135 mujeres en la entidad.
Reitero, en otro país esa cantidad de asesinatos no sólo sería un escándalo, sino un problema de seguridad nacional que tendría en alerta permanente al gobierno. Pero no en Veracruz.
A pesar del machismo que siempre ha caracterizado al mexicano, los feminicidios ocurridos en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo anterior eran raros y por raros eran noticia.
En ese entonces la mujer no estaba (pero ni remotamente), protegida por organismos contra la violencia femenina. Era vulnerable a los toqueteos de un barbaján. Tenía que aguantar los piropos obscenos del galancete de la cuadra, el acoso insistente de su jefe e incluso los golpes del marido celoso. Y no había quien la defendiera.
Golpear a la mujer era parte de los usos y costumbres y no se veía mal que un sujeto le diera una tunda de vez en cuando, para que supiera quién mandaba en la casa.
Pero (sin justificar de ninguna manera estos ataques), el agresor difícilmente cruzaba la línea de los golpes.
¿Por qué ahora que están más protegidas son más atacadas?
Porque los feminicidios son parte de la descomposición social y ésta no existía en aquellos años.
Hoy la mujer (que es más preparada, más libre, más independiente y con más y merecidos privilegios) es más violentada que cuando carecía de derechos. Y en el caso de los feminicidios la violencia que se ejerce es inaudita.
Si antes las golpeaba el cónyuge porque las consideraba de su propiedad, ahora las golpea el novio, el amigo, el compañero de escuela, el vecino; con el agravante de que después de la golpiza las asesina. A algunas las descuartiza y las tira por ahí.
Pero no para ahí la tragedia, la impunidad para los asesinos es realmente inaudita ya que sólo una parte muy mínima están en prisión.
“Hay un mensaje de permisibilidad porque no hay castigos. Dejemos de contar mujeres asesinadas, también contemos a los asesinos que están en la cárcel”, dijo en enero de este año Patricia Bedolla Zamora, integrante del Observatorio Ciudadano Nacional contra el feminicidio.
Cada que el SENSP da a conocer la cifra de la violencia en el país, lo que escuchamos como respuesta es un rosario de buenas intenciones que no acaban con el problema.
En el caso de los feminicidios la cifra en Veracruz es lo que le sigue a alarmante. Y las autoridades no han podido con ese paquete.
El gobernador Yunes Linares también es de los que dan buenas noticias cuando se trata de tapar la inseguridad. Este miércoles dijo que de acuerdo con el SENSP, la incidencia delictiva en Veracruz ha bajado un 16.11% en relación al año anterior.
Y debe tener razón, si en 2017 hubo 239 crímenes violentos contra mujeres y en los primeros seis meses de este año “apenas” se registraron 135, entonces quiere decir que la incidencia delictiva ha bajado en ese renglón.
Caray, qué bien. Qué excelente noticia dio el gobernador; hasta dan ganas de pedirle que repita en el cargo.
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