Los decapitados o cadáveres descuartizados e introducidos en bolsas de plástico sólo se veían en películas.
Xalapa era una ciudad tranquila. No se sabía de cuotas extraoficiales por derecho de piso ni de extorsiones.
Hace unos días una dama llamó a su esposo porque el taxi donde viajaba había chocado. Nada grave, sólo el susto. Pero cuando el cónyuge llegó se llevó una sorpresa. Su mujer le dijo aterrada y en voz baja:
--Vámonos. El automóvil que golpeó al taxi era conducido por un tipo ebrio que está armado. Amenazó al taxista y todos le temen. Dice que es de… “aquellos” y que no le harán nada ni la policía ni tránsito. Está hablando con quién sabe quién por su celular. ¡Vámonos ya!
En otra ocasión me platicó un amigo que su esposa fue secuestrada a plena luz del día y ante testigos por hombres armados. Lo obligaron a pagar un rescate de miles de pesos, que consiguió como pudo.
Otro amigo me relató indignado:
--Unos pandilleros golpearon a mi hijo. Tuvieron que operarlo y luego me agredieron por haberlos denunciado. Están libres los sujetos.
Son apenas tres ejemplos recientes de cómo opera con total impunidad la delincuencia.
El alcalde Hipólito Rodríguez Herrero acaba de declarar que hay familias que huyen de colonias peligrosas de Xalapa. ¿Y qué hace la autoridad? Nada.
Lo único que nos queda es confiar en que un día elijamos a un alcalde o un gobernador que se faje los pantalones y que, con estrategia de inteligencia y con apoyo del ejército y del presidente de la república, acabe con la violencia y devuelva la seguridad a los ciudadanos.
O bien, organizarnos como sociedad civil, formar grupos o brigadas de guardias comunitarios en barrios y colonias para defendernos de los delincuentes… sin lincharlos como en Soledad Atzompa. |