El mesías ayer habló desde su palacio.
Habló a la nación para dejar muy en claro que él nunca se equivoca; que si le pega en gana no usar la banda presidencial pues no la usa y que si es su tercer informe de gobierno y no el primero, pues es el tercero, y que si la corrupción se acabó… ¡pues se acabó!
Está claro que la 4T, a menos de un año de gobierno o de tres, o del tiempo que fuere, porque desde el primero de julio del año pasado inició la pesadilla con ese peculiar y abusivo estilo de gobierno, llegó para no irse.
Convencido de sus propias mentiras queda definido en el imaginario colectivo que no hay otra verdad que la suya.
Para el caso Veracruz, horas antes de su “Informe Presidencial”, López vino a la huasteca a darse un baño de pueblo.
En el marco de su décima visita a Veracruz, ya no alzó el brazo de Cuitláhuac García. Tampoco confirmó ante el “pueblo bueno” que el gobernante es una bendición, pero sí, a hurtadillas al final de su gira, nos dejó un twitter donde nos hace saber su total respaldo al atarantado mandatario.
Con su twit no dio lugar al abucheo público, ni a la reprobación ciudadana.
López Obrador tuvo el cuidado de guardarle distancia a su “Juanito veracruzano”. De mantenerse serio y a distancia. De no tocar ni de relajo el tema de los 30 calcinados en un antro en Coatzacoalcos. Tampoco aludir la incontrolable escalada de violencia o que el pueblo veracruzano está de hinojos ante el crimen organizado y que nos gobierna una persona proclive al nepotismo y la corrupción.
Tampoco recordó que su Cuitláhuac está colocado en el lugar 31 de 32 gobernadores con menor aceptación; que no hay evidencia de que haya iniciado una acción de gobierno en beneficio de la ciudadanía, que no bajamos del primer lugar en feminicidios y que estamos sometidos por siete cárteles.
Parece cantaleta, pero sigue sin explicarse el misterioso uso y destino de los 128 mil millones de pesos del presupuesto que rumbo al último tercio del año o están sin ejercer o fueron desviados a proyectos como el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía.
Es inconcebible que Veracruz sea el tercer cementerio más grande del mundo, la plaza criminal más caliente y donde se registra el mayor descontento social en donde de manera simple López Obrador no acusa recibo.
Consecuentemente no hay indicios de que se vaya a actuar. Vaya ni siquiera de que exista la intención de blindar al gobernante rodeándolo de gente de talento.
¿Para qué?
Si no pasó nada luego que días atrás hiciera el ridículo a nivel nacional tratando de explicar lo inexplicable en alusión a la masacre de Coatzacoalcos.
Para Cuitláhuac García, antes mofa de los veracruzanos –hoy lo es de todo el país- “no es más estúpido porque no tiene más horas el día, escribe Raymundo Rivapalacio, el columnista más leído del país”.
Para Cuitláhuac su problema no es la pobreza, ni siquiera la falta de medicinas. Tampoco pasan por su cabeza los temas de gobernabilidad, seguridad pública o falta de empleo.
Su tema es Winckler, ese Fiscal que en tierra de ciegos es el tuerto que refuta, que impone, que ridiculiza al enemigo. Ese Fiscal con quien esta mañana está reunido Cuitláhuac a güevo porque así se lo ordenaron desde la Secretaría de Gobernación de México.
A Veracruz le siguen esperando tiempos difíciles y está claro que haga lo que haga Cuitláhuac no será removido porque es el capricho del Pejelagarto.
Ello aun cuando ya por ahí, en lo más escarpado de nuestra tierra, ya hay quienes se están levantando en armas.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo |