Lo que me queda de esas impresiones del candidato y de las acciones del presidente es que tiene la seguridad de que los ciudadanos de este país debemos vivir una vida llena de austeridad, aunque con la honrosa excepción de sus hermanos, sus hijos, su Director de la CFE con sus casas en México y el extranjero, su Fiscal con sus cien autos antiguos de lujo, su ex Secretaria de Gobernación con su jubilación de magistrada de la Suprema Corte y su Notaría y su ingreso como senadora, y los que nos vaya revelando el malvado Loret, que es la misma personificación del demonio para el amloísmo.
Mientras sus hijos calzan tenis de varios miles de pesos, el mesías tropical advierte a los mexicanos que es pecado venial querer más de un par de zapatos.
Y así con el aeropuerto. El de Texcoco iba a ser el mejor de América Latina, un hito para la nación y además una oportunidad de negocios y de empleo para miles de mexicanos.
Sus accesos, sus modernas instalaciones, sus pistas de primera, los servicios de alta calidad que iba a ofrecer hubieran sido motivo de orgullo y un imán para el turismo y para las inversiones extranjeras.
Estaba destinado a ser un referente en la aviación mundial, un atractivo mayor para las líneas aéreas internacionales y una enorme aduana para productos y personas, que traería bonanza a nuestra economía y una mejor calidad de vida para los habitantes de este país.
Pero no. Andrés Manuel no quiere que seamos felices ni que disfrutemos los lujos de la vida contemporánea. Ese purgatorio se lo debemos dejar a sus hijos, a sus parientes, a sus cómplices.
Por eso el aeropuertito de cuarta de la 4T.
Bien que sigue su lema: “Robar, engañar, traicionar al pueblo”.
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