Pero los pesimistas que nunca faltan (otros los consideran más bien objetivos) ven con recelo las señales que ha ido mandando el Peje tabasqueño, que indican su falta de deseo de retirarse completito a La Chingada -tal el nombre de su rancho- y su no oculta intención de seguir mandando debajo del agua, atrás de la cortina y arriba de las nubes.
Por lo pronto, AMLO ya dijo hace poco que piensa quedarse unos días más en México, para irse aclimatando (¿aclimatando? Si quisiera acostumbrarse al tiempo atmosférico debería hacerlo en el lugar al que supuestamente se va a ir, no al que iría a abandonar).
La más clara y reciente señal de que no quiere soltar el poder, es que invitó a una cena a los poquitos mandatarios que vendrán a la toma de posesión de la Presidenta. ¿Cómo para qué?, se preguntan muchos que piensan que si él ya se va, debería dejarle todo el espacio a su sucesora.
Pero el señor está montando en su macho, como se montó en los demasiados vivas y en los inexplicables mueras en el balcón central del Palacio, y como se aferró a la campana de Dolores el día del Grito, a la que le dio más de 50 badajazos porque no quería atender a que tenía que dejar el balcón, que ya debía hacerse a un lado de la historia.
Hoy tendría que despedirse Andrés Manuel, y estaría bien si lo hiciera, y si lo hiciera como le diera su real gana, pero que verdaderamente se fuera y dejara en paz por fin a esa pobre mujer, a ese guiñapo en que convirtió a su delfina, que quieras que no se convertirá mañana en la Presidenta de todos los mexicanos… hasta de él.
Si la deja.
Sólo para documentar la historia: al presidente Lázaro Cárdenas le llevó dos años quitarse de encima la supremacía de Plutarco Elías Calles.
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