Veracruz está en uno de esos momentos donde diariamente se vive el horror de descubrirse en la fragilidad, en la desnudez del precarismo social en el que nos dejaron. En la penosa incomodidad de la indigencia institucional y la pestilencia omnipresente de la sospecha y la ruindad, que no se fueron con ellos.
Es tanto el caos y la destrucción que es difícil creer que puede enderezarse el futuro; por eso es más fácil el pesimismo que la confianza, por eso está más cerca la desilusión que la esperanza.
No, no es sencillo levantar los cadáveres, ni los propios ni los ajenos. Ni los aludidos en sentido figurado, menos los reales, los cientos y cientos que se mataron y enterraron para ocultarlos y ahora están encontrándose. Es una afrenta social de proporciones mayúsculas tener frente a los ojos la evidencia de lo que se sospechaba que sucedía, el dolor de familiares y amigos claro, pero también el de todos nosotros que hemos sido testigos de la debacle, del desmoronamiento de nuestra paz social. El dolor nos torna irascibles, y como el responsable anda prófugo, alguien nos la va a pagar.
Las noticias diarias no ayudan a imaginarse o sentirse de otra manera, las deudas sociales se amplían, porque la democracia y la justicia mexicana parecieran resguardar a los incapaces, a los ladrones, a la pléyade de sujetos que medran bajo el manto de la impunidad, de los pactos, de las componendas.
En el caldo de la desilusión se clama justicia, pero también se reclama la falta de oportunidades y de resultados, se espera que las cosas cambien y lo hagan muy rápidamente porque no aguantamos más. Es comprensible.
Aspirar un nuevo aire, más limpio, implica que se hagan muy visibles los nuevos paradigmas de comportamiento institucional, que generen otros escenarios de vida y trabajo, lejanos de estos que hoy por hoy lastiman inimaginablemente. Vencer la desilusión es urgente porque de lo contrario se genera ese vacío ante la incapacidad de conseguir cosas que deseamos, la pérdida ante el saber que algo o alguien no es como se creía, la desilusión como el sentir de una mayoría de la población que no encuentra salidas ante nuestras oprobiosas condiciones, ante los temores que calan.
Desterrar de nuestra vida cotidiana las simulaciones que arrastran las máscaras que buscan esconder nuestra tragedia, que ofenden por burdas, que profundizan el desencanto. Destruir los nichos que encubren a los cínicos que persisten en acrecentar sus quehaceres, que ruines, pretenden seguir medrando y destruyendo nuestras legítimas aspiraciones por que las cosas cambien.
Veracruz en su laberinto, en su despertar de una larga borrachera de desvergüenzas que durante 12 años garantizaron la cobertura para construir nuestra tragedia, la resaca es peor que las anécdotas que se han forjado en los imaginarios sociales, donde el humor negro pareciera un paliativo para la crisis.
Soportar la resaca de las arbitrariedades es esa que acumula la concreción de nuestros terrores manifiestos en las fosas clandestinas, en la inseguridad y la violencia, en las arcas públicas que sufrieron los daños patrimoniales.
Los circunstancia veracruzana reclama la atención comedida que refleje no solo un discurso o una buena voluntad; requiere no solo la prestancia y el valor por enfrentarse sino centralmente una estrategia y un rumbo que se defina con claridad. Nuestras condiciones sociales y políticas exigen capacidades y valores públicos que se presenten y operen con prontitud, que respondan al estado de emergencia en que nos encontramos.
Ciertamente, dar soluciones completas dista de ser un ejercicio de corto plazo, pero lo que es imprescindible es mostrar que a pesar de todo se están fijando los elementos para responder a las exigencias, que los asuntos de corto plazo pueden ser resueltos, que los imaginarios de acciones de gobierno pueden contener las desilusiones y los pesimismos sobre la percepción de las coincidencias con el pasado reciente ineficiente y baladí.
La oportunidad y credibilidad de una alternancia que no repita los errores de otras experiencias existentes en el país, implica buscar no cometer los errores que han hecho naufragar las expectativas sociales que le dieron oportunidad.
Los retos son múltiples y complicados, más aún en la postración en la que se encuentra la entidad, de allí deriva precisamente la oportunidad de la trascendencia no solo de las acciones gubernamentales sino de todos los actores políticos; al final del día de no procesarse el deterioro y la crisis el daño será mayor y le explotará a cualquiera que le siga a este breve periodo de gobierno.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Las fosas clandestinas son mucho más que mala publicidad, son la muestra del horror que debemos erradicar. |