En memoria de los hermanos fallecidos ese día.
Cuando baje a dejar a mis hijos al transporte escolar eran las 7;05 de aquel 19 de septiembre de 1985, ocho minutos después sucedió el terrible terremoto que sacudió al país, principalmente a la Ciudad de México. Ese mismo día la Institución de la juventud en la que laboraba, instaló cuatro albergues para los damnificados, uno de ellos, el de Iztacalco, estuvo a mi cargo, donde yo era el director.
Estuvimos más de seis meses con damnificados en las tiendas de campaña que conseguimos. Fueron seis meses de intenso y heroico trabajo por parte de los voluntarios, tuvimos brigadas que repartían medicinas, comida, agua. Y fue ahí donde se formaron aquellas brigadas de topos que arriesgaban su vida por salvar a sus hermanos.
Treintá y dos años después se repitió el fenómeno telúrico en el mismo día, el pasado 19 de septiembre, pero a la 1:14 y de nuevo se repitieron las escenas dantescas. Varios edificios se colapsaron, el terror se apoderó de los habitantes de la Ciudad de México y también de los habitantes de algunas ciudades y pequeños pueblos y comunidades de varios estados de la república.
Inmediatamente me comuniqué con mi hija Akacia que vive allá y afortunadamente me dijo que estaba bien, ella se encontraba en su trabajo y me informó que mi hijo Hiram también estaba allá. Lo quise localizar pero no contestaba, horas después logre comunicarme con el, me mando un mensaje que estaba bien y que se había integrado a una cuadrilla para apoyar en un edificio que se había derrumbado, estaban buscando sobrevivientes.
En la noche volví a hablar con Akacia y me comentó que andaban apoyando con sus primos para buscar los lugares que necesitarán manos para remover escombros.
Ese día volvió a surgir la solidaridad que había visto en 1985, adultos de todos los estatus, hombro a hombro, pero sobre todo jóvenes con sus mochilas formando las cadenas humanas para sacar los escombros de los edificios derrumbados, de nuevo la sociedad rebasó a las instituciones brindando ese apoyo espontáneo que nos muestra de que estamos hechos los mexicanos.
Los que vivimos lejos de esos lugares solo nos enteramos por los medios de comunicación, además, ahora, contamos con los teléfonos que nos enlazan al instante en las redes sociales, y nos enteramos en vivo de lo que está sucediendo.
Al siguiente día, mientras veía en el celular como participaba todo el pueblo en el rescate, se me hizo un nudo en la garganta, y cuando vi como lograban sacar vivo algún cuerpo, no pude contener la emoción y se me salieron las lagrimas de la impotencia de no poder ayudar personalmente por la lejanía y porque después de 32 años ya no tengo la energía necesaria para integrarme en esas cuadrillas, y además las lágrimas eran al ver como la vida surgía de entre los escombros.