Tanto se ha polarizado la sociedad en este escenario maniqueo, donde todo se ve en blanco o negro, buenos y malos, ricos y pobres y cuando “el que no piensa como yo, es mi enemigo”, el nivel del debate político se ha degradado tanto que muchos son los actores políticos, sociales y comunicadores que siguen ese juego, radicalizando las posiciones de los supuestos adversarios, muchas veces sin saber exactamente de lo que están hablando y con una gran facilidad se emplean términos como Extrema Izquierda, Extrema derecha, fascista, fundamentalista, dictador, absolutista, anarquista, terrorista, etc. sin observar que la mayoría de las veces estos calificativos no corresponden con la realidad pues entre los dos extremos del espectro político-ideológico existe toda una gama de “colores y sabores” y difícilmente vamos a encontrar a un verdadero extremista de derecha o de izquierda participando pacíficamente en un proceso democrático, pues su vocación política más bien es ejercer presión desde el clandestinaje, organizando atentados, boicoteando gobiernos y elecciones, o saboteando a sus “enemigos”.
En este sentido, comparar derecha y conservadurismo con fascismo, por ejemplo, o Izquierda y Socialismo con Comunismo y Terrorismo, son exageraciones que se utilizan para desprestigiar al adversario, pero que al hacerlo en una contienda democrática donde todos se están sometiendo a las reglas del juego, participando por ejemplo, en los debates que organizan las autoridades, resulta una contradicción ya que un anarquista, un terrorista o un fascista no cree en los causes democráticos que la sociedad hemos construido para llevar la fiesta en paz.
Así, es de reconocer en principio que en esencia, todos los defensores de una determinada ideología, creen que la que profesan es la que más conviene a la sociedad donde cohabitan y realmente el defender los principios de ese pensamiento político no es el problema porque finalmente, en una democracia funcional, es la ciudadanía la que decide qué rumbo debe tomar la nación, sobre todo cuando, como sucede en nuestro país, ya hemos probado de todo y sabemos “de qué pie cojea” cada quien, o al menos tenemos ejemplos de otros países y sabemos cómo les ha ido abrasando uno u otro extremo; el problema viene cuando el método que emplean para convencer al otro de que la nuestra es la mejor opción es la descalificación, la ofensa, la calumnia, la segregación, la aniquilación y la violencia, en cualquiera de sus expresiones.
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En lo particular yo no me siento ofendido si me catalogan como conservador porque bien que lo soy, y a mucha honra, pero que se me equipare con el fascismo, la ultra-derecha o como fundamentalista de derecha, eso si que no sería justo, pues si creer en el libre mercado, en el derecho a la vida desde la concepción, en las instituciones democráticas, en la meritocracia, en la familia, en Dios y en la Iglesia Católica, me convierte en un conservador, lo acepto orgulloso, pero rebasar esa línea es inaceptable y mucho menos que nos inscriban en figuras ideológicas que ni siquiera existen como Teoría Económica o política, como el mal llamado Neoliberalismo, que no es otro más que el liberalismo clásico vigente desde Adam Smith.
Por todo ello lo recomendable es la moderación y decirle a nuestros adversarios “serenos morenos”, que “la cosa es calmada” o como dirían en mi barrio “Suave brother, que estamos chupando tranquilos”. |